
PARECE BROMA
Parece broma, ¿verdad?
¿Quién usaría algo así? No se ve muy fácil moverse con esos zapatos, tampoco muy cómodo… y sí, un poco absurdo. Pero si lo pensamos bien, no estamos tan lejos de esa realidad.
La forma del calzado tradicional no respeta la forma natural del pie. Lo aprieta, lo encierra, lo obliga a adaptarse a una horma que no fue hecha para moverse. Raro, ¿no? Para una especie que adapta el entorno a su comodidad, a veces hacemos las cosas un poco al revés.
¿El resultado? Dedos torcidos, juanetes, fascitis plantar, dolor de rodillas… y en mi caso personal, dolor de espalda.
Pero nuestros pies no están hechos para eso. Están diseñados para moverse libremente, expandirse, sentir el suelo, adaptarse al terreno. El zapato, originalmente, era una herramienta: proteger del frío, de las piedras filosas, de terrenos agresivos. Algo útil, funcional. En algún punto, eso cambió. (Spoiler: lo contaremos en otro blog.) Y hoy, muchos zapatos son más una jaula que una protección.
Y sin darnos cuenta, terminamos haciendo algo tan irracional como lo que muestra la foto.
La buena noticia es que no tiene por qué seguir así. Podemos cambiar, o más bien, volver atrás: a lo funcional, a lo saludable… y claro, sin dejar de lado lo bello.
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